jueves, 13 de noviembre de 2014

La columna de nube y fuego. Ex 13, 17-22

Autor de la fotografía: Christian Hernandez
"No guió Dios a éste por el camino del país de los filisteos, aunque era el más corto (...) sino que los condujo rodeando por el camino del desierto".

A veces, Dios no nos lleva por el camino fácil y pronto, sino que NOS CONDUCE POR EL CAMINO DEL DESIERTO. Estos son "los caminos torcidos del Señor", "Los renglones torcidos de Dios" a través de los cuales podemos llegar a la Tierra Prometida. Sólo a través de esos caminos podemos llegar a la Ciudad Eterna. Nuestros caminos no son Sus caminos. No entendemos por qué hemos de atravesar ese desierto para llegar a la Tierra que mana leche y miel. Él lo sabe.

"Y los hijos de Israel salieron de la tierra de Egipto armados".

No podemos partir de cualquier modo, con lo puesto; hemos de SALIR, hemos de PARTIR ARMADOS con las armas que Dios nos da a través de Su Amada Iglesia Católica: los sacramentos, la oración y la penitencia. Estas tres armas nos hace FUERTES frente al enemigo en el desierto, donde nunca se sabe a qué nos tendremos que enfrentar, donde el futuro inmediato es incierto y amenazante, donde no podemos dormir porque el enemigo puede estar acechando y esperando el momento oportuno.

"Moisés, llevó también consigo los huesos de José".

No sólo partió con las armas, también llevó consigo los huesos de su antepasado. No podemos olvidar nuestras raíces cristianas, lo que nuestros padres nos enseñaron, lo que nos transmiten los santos. Ellos también nos acompañan en nuestro camino por el desierto. A ellos tenemos que honrar, acudir, pedir ayuda, pedir su intercesión y dejarnos guiar por su ejemplo.

"Dios os visitará".

¡Qué maravillosas palabras!: "Dios os visitará". Cuando el mundo nos oprime como los egipcios al pueblo de Dios, cuando todo se ve negro y estamos abatidos, José profetiza: "Dios os visitará", Dios vendrá a vuestro encuentro, Dios no os abandona a vuestra suerte...

"E iba el Señor delante para mostrarles el camino, de día en una columna de nube y por la noche en una columna de fuego, sirviéndoles de guía en el viaje, día y noche. Nunca faltó la columna de nube durante el día, ni la columna de fuego por la noche delante del pueblo.

Día y noche hay que caminar, cuando parece que se ve bien y cuando no se ve nada, cuando las cosas van bien y cuando van mal, cuando parece que vemos el camino y cuando parece que no lo vemos. El Señor va delante de Su pueblo, no lo abandona nunca. No hay que dejar de caminar hacia la Tierra Prometida, que no es el desierto (el camino, esta vida) pero tampoco es Egipto (la esclavitud del pecado).

¿Cómo caminar en la oscuridad? Con la luz de las Escrituras, de la oración, del magisterio de la Iglesia. Éstas conforman la columna a la que hay que aferrarse, porque el Señor viaja con nosotros a través de esa columna. Si no la perdemos de vista, no nos perderemos en el desierto de la vida, en el sinsentido de las cosas mundanas. ¡No hay que perder de vista al Señor! porque podemos morir en el desierto de nuestras enfermedades, nuestros problemas, las relaciones matrimoniales y familiares deterioradas...

El pueblo caminaba junto, no se separaba. Todos somos Iglesia y formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo. Tal vez convendría que caminásemos en comunidades.

PROPÓSITO Y ORACIÓN:

¡Señor! Ayúdame a recordar siempre que Tú estás conmigo, que marchas conmigo por el desierto de la vida y que no me abandonas ni cuando las cosas me van bien ni cuando me van mal. No permitas que me duerma. ¡Despiértame! y guíame con tu columna de fuego en la noche. Dame fuerzas para continuar mi camino en vela, día y noche. Recuérdame que tengo la inestimable ayuda de Tu Iglesia, la que fundaste. Ella es mi columna, mi fuerza y mi baluarte porque Tú estás en Ella y a través de Ella me conduces hacia la Tierra Prometida por el camino del desierto, de las dificultades, de los problemas, de las enfermedades, de la tristeza...

Pediré la intercesión de los santos, de los profetas, de los mártires... e intentaré no desperdiciar el legado que me brindaron. Pero sólo con Tu ayuda, Señor. Sola no puedo nada, me pierdo. Tu pueblo viajaba junto. Haz que nunca me separe de Tu Iglesia y que sepa caminar junto con mis hermanos.

¡Señor: ven en mi ayuda! ¡Visítame! ¡No me abandones! Dame perseverancia para partir con las armas de la oración, la penitencia y los sacramentos que Tú, en un alarde de infinita misericordia, has puesto en mis manos. No lo entendía, pero la penitencia también ne hace fuerte. Robustece mis manos para que pueda aguantar tan poderosa arma.